En el parque tranquilo y silencioso
una noche repleta de armonía
vagábamos los dos... tú, con dichoso
y risueño rubor te hiciste mía.
En tu blusa ocultada vi una rosa
y te pedí tu esencia matutina...
tú me la diste, sonriendo hermosa
y al tomar esa flor me hirió una espina.
Y sentí que del fondo de mi herida
iba a brotar lo rojo de mi vida
que tanto tiempo lo contuvo preso;
mas con mano piadosa la curaste
y un vendaje a mi herida le aplicaste
con la venda sedeña de tu beso.
G. A. Agéret
lunes, 30 de julio de 2007
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